¡¡¡Ya he colgado el cuadro!!!
Empiezo por el final porque la emoción me embarga. No podía dejar pasar las líneas y esperar a los últimos renglones para anunciar mi gran logro.
Tras varias semanas, varios pasos por la ferretería, mil y un problemas de novatos, consejos efectivos y no tanto, y algunos euros invertidos en tacos, escarpias y enganches, mi obra maestra ha concluido.
El viernes, tras un duro día de trabajo, llegué a casa y decidí que era el momento propicio para enfrentarme a la pared y plantarle cara al cuadro.
Elijo mi mejor material, los tacos del 6, las escarpias correspondientes, el metro, el lápiz bien afilado, un punzón y el taladro con la broca adecuada.
Marco con el lapicero el lugar exacto del ataque tras calcular geométricamente la altura correcta y la distancia equidistante a cada extremo de la pared.
Pego un sobre abierto bajo la marca para manchar lo menos posible, como me dijo
Ze Pequeno.
Con el punzón, y sin que me tiemble la mano, hiero sin piedad al muro, y abro la vía del ataque definitivo.
Enchufo el taladro y aprieto el botón.
Brrrrrrrrrrrrrrrrrrr!!!
Encaro la pared como Gary Cooper en Solo ante el peligro. La pared o yo, sólo puede quedar uno (bueno, esto es de los Inmortales, pero me sirve para motivarme).
Vuelvo a apretar el botón, ahora durante un instante más largo.
Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!!!
Y ataco con velocidad y precisión, sin dar posibilidad de réplica.
Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!
Cruchhhhhh!!!
El ladrillo ha cedido. He ganado. Soplo el humo (mejor dicho, el polvo) de mi taladro y envaino mi arma.
Retiro el sobre con la sangre del perdedor. Ni una gota en el suelo.
Ahora queda lo fácil, meter el taco, ajustar la escarpia y colgar el cuadro.
Me confío, craso error.
Meto el taco. Entra fácil.
Me dispongo a enganchar la escarpia y... el taco gira.
Nooooooooooooo!!!
Parece que el taco no es del 6, es más del 5,8 porque queda demasiado flojo.
Pienso. Saco el taco, cojo otro (de algo tenía que servir haber comprado tropecientos tacos...), pruebo y... el mismo resultado. El taco gira.
Pienso de nuevo (ufffff!!! viernes tarde-noche, mis neuronas se resienten). Y, por fin, doy con la solución perfecta.
Cojo un taco, meto la escarpia en el taco, y después meto la composición en el agujero ayudado por un martillo.
He triunfado. Por fin.
Cojo el cuadro, ajusto para que el enganche coincida con la escarpia.
Primer intento, fallo. Segundo intento, fallo. Tercer intento, DENTRO.
Contemplo mi obra.
Estoy orgulloso. Perfecta.
Miro al suelo, y veo los tacos, las escarpias, el martillo, el taladro, el lápiz... Son los restos de la batalla.
Sonrío, ¡¡¡ya soy un manitas!!!
PD: Este fin de semana, animado por mi buen hacer del viernes, me he soltado el pelo y me he lanzado a poner lámparas. ¡En qué hora!
La próxima entrega: Las lámparas, la luz tras las tinieblas.